Echando suertes

Llamó a su padre, aquella noche, pensando en contarle lo que había sucedido por la mañana. Después del intercambio habitual de “holas”, su padre le preguntó, sin darle tiempo a tomar la iniciativa: “¿te enteraste?” y se puso a contarle sobre un extraño suceso ocurrido el día anterior. Ella escuchaba, sin dejar de pensar al mismo tiempo en que habían muchas coincidencias, tantas que en un momento se sintió como si ella se hubiera llamado a sí misma, o como si ella fuera el papá escuchando a su querida hija. El tema de la llamada se volvió anécdota secundaria. Porque por primera vez, de una rara manera, se sentía en los zapatos de gamuza de su padre y podía entender con claridad y nitidez la manera en que él la miraba, la sentía, la entendía, y cómo, del mismo modo, claro y nítido, ella no lo había entendido, ni apreciado, ni aprovechado como ahora lo estaba haciendo. “¿Es el efecto del tiempo?” Se preguntó. “O es el momento en que recibía los resultados de todo lo que aquel hombre había hecho por ella a lo largo de toda su vida”. Siguió escuchando a su padre, sin sentir la necesidad de interrumpirlo, dejó sus propios pensamientos, olvidó su anécdota y prestó atención como nunca antes. Hablaron un par de horas. El tiempo pasó volando. Ella siempre lo había llamado porque él era el único que realmente la escuchaba. Y ahora, por primera vez, ella sentía que quería escucharlo, que podía escucharlo, que lo entendía.
El Libro de Ester es como un inmenso río navegable. La historia principal cobra vida gracias a los relatos que como afluentes, van añadiéndose al caudal, hasta desembocar en su destino final. La historia comienza en un gran reino, compuesto de 127 provincias. En ese inmenso reino, su poderoso rey no escapa a los conflictos conyugales. La pelea entre marido y mujer termina en ruptura definitiva. El nuevo estado civil del rey da lugar a la búsqueda de una nueva reina. De todas las provincias llegan las candidatas. Ese es el momento para introducir la historia de dos primos, a quienes las circunstancias han convertido en padre e hija: Mardojai y Ester, miembros de un pueblo desterrado que habita en la diáspora. Ellos serán los protagonistas de la historia. Mardojai, pensando en el bienestar de su pueblo, constantemente perseguido y agredido, hace participar a Ester en el concurso para elegir a la nueva reina. Ester, una mujer brillante y educada con esmero por su primo-padre, se gana el aprecio de los organizadores, a tal punto que estos apostarán por ella y harán todo lo posible para que gane el concurso. Este es el momento para introducir la historia del antagonista. Hamán es el típico hombre poderoso dedicado a aumentar y mantener su poder. El antagonismo de Hamán es perfecto para el protagonismo de Mardojai. La confrontación de estos personajes será el motor de la historia. Y para lograr que este enfrentamiento se vuelva un poderoso movimiento circular, estará como pivote, ni más ni menos, don Asuero, Rey de Persia y Media, Señor de las 127 Provincias.
En esta historia, el rey es el rey. Él detenta el poder. Está contento disfrutando de su reino. Por su parte, Mardojai vive en Susa a la fuerza, fruto de la deportación luego de la destrucción de Jerusalem. Él quiere cambiar la realidad, pero no tiene la energía suficiente. Asuero y Mardojai son fuerzas en equilibrio. Pero, el amo y señor del destino quiere cambiar esta situación radicalmente y favorecer a Mardojai. Es ahí donde entra Hamán, el voluntarioso malvado, para proveer la energía faltante para el cambio. Como dice el sabio: “la Autoridad ha creado todo con un propósito, incluso al malvado para el día fatal”. Los malvados son parte de la energía de cambio a favor del bien. El antagonismo de Hamán y el protagonismo de Mardojai suman la energía necesaria, pero son opuestas. Entonces, el rey interviene como transformador, haciendo que la energía negativa de Hamán se vuelva positiva y se añada a la de Mardojai.
La historia muestra que el proceso hacia el bien se detiene por falta de energía. Incluso Ester tiene que ser confrontada para que deje de oponerse al bien. El relato quiere dejar en claro que las contradicciones internas restan energía al cambio. Mardojai lo dice fuerte y directo: “No creas, Ester, que por estar tú en el palacio real, vas a ser la única judía que se salve. Si ahora callas y no dices nada, la liberación y la ayuda a los judíos vendrán de otra parte, pero tú y la familia de tu padre morirán. ¡A lo mejor tú has llegado a ser reina precisamente para ayudarnos en esta situación!” La reprimenda logra su propósito. Ester no necesita un transformador, ella sola hace la rectificación. “Más aprovecha una reprensión al hombre entendido (y a la mujer entendida), que cien azotes al necio.” Mardojai, ahora, tiene toda la energía que su lado puede producir.
Es seguro que el Libro de Ester no se llamó “Libro de Mardojai” porque el relato no se enfoca en protagonismos ni en triunfalismos, sino, en el cambio, en el proceso de rectificación. En ese sentido, Ester es la protagonista porque es la persona que, gracias a su subordinación al bien, permite que se logren los resultados y que la suerte esté de su lado.
Mardojai es el servidor público honesto y dedicado, aun cuando su institución ha desaparecido, aún cuando ya no tiene ningún cargo oficial, porque su compromiso es irrevocable. Entonces, el pueblo y la familia son su constante preocupación y ocupación. A falta de padres para Ester, él es el padre. A falta de reina para el rey, él ofrece a su hija. A falta de seguridad en el reino, él aporta la información para evitar el triunfo de la conspiración. A falta de sinceridad y disciplina para Hamán, él le ofrece la suya y no se agacha servil ni falsamente ante sus caprichos. A falta de un defensor para su pueblo, él se vistió de ceniza y salió a las calles a protestar y no aceptó maquillajes a su dolor. A falta de rey que dispusiera lo necesario para el bienestar de su pueblo, él fue rey.
Yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.