El amor de Moisés
Tras aquellos cuarenta días y cuarenta noches, el Señor me entregó las dos tablas de piedra y me ordenó: “Desciende pronto, porque el pueblo que sacaste de Egipto se ha corrompido... He visto su obstinación. Apártate de mi camino, pues voy a destruirlos y a borrar su memoria de la tierra, pero de ti haré una nación más poderosa y numerosa que ellos.” Al bajar del monte, envuelto en llamas, llevaba en mis manos las tablas de la alianza. Pero al contemplar su fracaso y error... arrojé las tablas y las quebré ante sus ojos... Postrado ante el Señor, como antes, pasé otros cuarenta días y noches en ayuno, clamando por el gravísimo error que habían cometido... El enojo del Señor me aterrorizaba, su furia amenazaba con aniquilarlos, pero una vez más, Él escuchó mi súplica.
Si hay un padre para Israel, ese es Moisés. Ni Abraham, ni Isaac, ni Jacob, ni José —con todo lo que padecieron a causa de su amor al bien— igualan el precio que él pagó por sus “hijos rebeldes”.
Perfectas son las palabras del Maestro Josué para describir este amor:
¡Jerusalem, Jerusalem, que matas a los profetas y apedreas a los mensajeros que el Señor te envía! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos bajo las alas, pero no quisiste!
Un amor sincero que surge de la profunda empatía surgida de entender e identificarse con la situación y el sufrimiento de los demás.
Al bajar de la barca, vio la multitud, y sintió compasión de ellos, porque estaban como ovejas que no tienen pastor, y comenzó a enseñarles muchas cosas.
Moisés tuvo suficientes oportunidades para abandonar aquella banda de egipcios insatisfechos y quejumbrosos, pero no lo hizo. El cielo mismo le ofreció empezar de nuevo. Pero el amor, inexplicable a veces, lo retuvo. Como a Jonatán, que eligió quedarse junto a Saúl —aún sabiendo que era una causa perdida— y sacrificarse en Gilboa.
Ese amor siempre tiene un precio. Josué muere crucificado ante los ojos de su madre. Moisés muere sin poder entrar a la tierra prometida, ausente de su familia.
Obedezcan a sus guías y reconozcan su autoridad, porque ellos cuidan sin descanso de ustedes, sabiendo que tienen que rendir cuentas al Señor. Procuren hacerles el trabajo agradable y no penoso, pues lo contrario no sería de ningún provecho para ustedes.
Tal vez, uno soñó con ser arquitecto, construir nuevas ciudades, jardines y canales. Tal vez, el otro soñó con explorar nuevos mundos, nuevos mares, montañas antiguas y legendarias. Pero el amor hace que aprendamos a hacer de tripas corazón.
Por amor y compasión, esa auténtica empatía, decidimos no abandonar al desvalido, al desorientado, al herido, al enajenado. Por amor y compasión, esa auténtica empatía, decidimos abandonar nuestros sueños más queridos, los más íntimos, a fin de sostener un mundo que se desintegra, como el soldado que deja atrás a su familia por defender algo mayor. Y por eso no hay rencor, ni reproche, aunque dolor.
Así fue el amor de Moisés.