El fuego de la libertad

El fuego de la libertad
Moisés cuidaba las ovejas de su suegro Jetró, que era sacerdote de Madián, y un día las llevó a través del desierto y llegó hasta la Gran Montaña, que se llama Horeb. Allí el mensajero de Seré se le apareció en una llama de fuego, en medio de una zarza.

Las historias nunca empiezan donde se cree que empiezan. Siempre comienzan mucho antes.

La historia de Moisés, tal vez llamado Mumessu ( 𓈗 𓄟 𓋴 𓇓 𓀀 ) —nacido del agua— en egipcio, comienza con la mismísima creación del mundo que surge de las aguas esenciales, y sigue un orden establecido. No es un misterio. El relato señala:

Un hombre de la casa de Leví tomó por mujer a una hija de Leví.

Sin importar las circunstancias, cuando sostenemos el orden con nuestra obediencia a las leyes del universo, los "milagros" suceden. Un levita solo podía casarse con una mujer de su tribu y eso es todo lo que le interesa al narrador, porque eso es todo lo que se necesita para iniciar una historia memorable en medio del caos.

Luego, la mujer quedó embarazada y terminó dando a luz un niño. Las traducciones dicen:

Biblia de Jerusalén: La mujer concibió y dio a luz un hijo; y, viendo que era hermoso, lo tuvo escondido durante tres meses.
Biblia Reina Valera Actualizada: Esta concibió y dio a luz un niño; y al ver que era hermoso, lo tuvo escondido durante tres meses.
Septuaginta: και εν γαστρί έλαβε και έτεκεν άρσεν ιδόντες δε αυτό αστείον εσκέπασαν αυτό μήνας τρεις

Según las traducciones, la madre decide comenzar la riesgosa aventura de ocultar a su hijo porque el niño era "hermoso". Aplicando un poco de semiótica, entendemos que "hermoso" se opone a "feo", de lo que podemos preguntarnos si el texto está diciendo que Moisés se salvó por ser bonito y, por lo tanto, los feos están condenados. Esto nos obliga a revisar el relato nuevamente recurriendo a las fuentes.

El griego no ayuda mucho con su astion (αστείον 'elegante, agraciado, guapo, agradable'), pero el texto hebreo si nos ayuda a escapar de la trampa, porque dice:

וַתֵּ֤רֶא אֹתוֹ֙ כִּי־ ט֣וֹב ה֔וּא

Eso suena así: vatére otó ki-tob hu, disculpen la aparente pedantería, pero no hay forma de entrar al punto de otra manera. Ese texto dice, literalmente, que "ella lo miró a él", es decir, lo contempló detenidamente y luego explica "porque (era) bueno él". Esta frase nada tiene que ver con fealdad o belleza. Este ki-tob "porque (era) bueno" nos remite como un relámpago a la creación del mundo, y a esa célebre frase, que todos conocemos:

וַיַּ֧רְא אֱלֹהִ֛ים אֶת־ הָא֖וֹר כִּי־ ט֑וֹב

Vayare Elohim et haor ki-tob, sí, "y vio Dios la luz, que era buena". Aquí está el referente. De eso está hablando el narrador. La madre contempló todo el bien que ese niño pequeño representaba y tomó una decisión: correría todos los riesgos por salvarlo, crearía un mundo para él, porque él salvaría el mundo.

Así se estremecieron las aguas del Nilo al recibir en su seno al pequeño navegante en su ridícula embarcación. El Moisesito, para salvarse, primero tenía que convertirse en carnada. Pero nunca estuvo solo. Su hermanita le miraba atenta y con el guión de memoria en su cabecita. La princesa tenía que llegar en cualquier momento.

La madre recibió toda la fortuna del cielo en su propósito de bien y le fue concedido engendrar un mundo nuevo para su hijo. Pero había un precio que pagar. La libertad y prosperidad trajeron soledad, porque se atrevieron a asomarse en medio de un mundo de esclavos, un mundo de miedo y prostitución.

Moisés necesitó cuarenta años para entender que no pertenecía a ese mundo. Al principio no lo entendía, hasta que terminó totalmente confundido, justo al día siguiente de defender a su gente. El síndrome del patito feo. Iba a necesitar otros cuarenta años para curarse.

Lo interesante, a pesar de la inmadurez, es que su reacción fue saludable, al menos a favor de sí mismo, en un nivel instintivo: escapó.

La pregunta que nace aquí es: ¿por que los demás no escaparon también? ¿Qué ataba a los israelitas para que no salieran de aquella tierra de estrechez agobiante? ¿Acaso el faraón no estaba matando a sus hijos? Tenían una tierra prometida, pero, a esas alturas solo era una vieja leyenda familiar. "La realidad es esta y punto. Acéptala. Se acabaron los días en los que éramos ricos, respetados y poderosos. Ahora solo agarra tu pala y sigue moviendo la mezcla. ¿Qué habrá hecho la Miriam de almuerzo?"

El autor de la Carta a los Hebreos nos explica:

Por la fe, Moisés, ya adulto, rehusó ser llamado hijo de la hija del Faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo del Señor a disfrutar el efímero goce del error, estimando como riqueza mayor que los tesoros de Egipto el oprobio de la unción, porque tenía los ojos puestos en la recompensa.

La madre le había enseñado a su hijo quién era, y consciente de sus inmensas limitaciones, antes que perderlo, prefirió darlo en adopción para que disfrutara de una vida superior. "Cualquier cosa antes que verlo prostituirse en la esclavitud. Un hijo de Abraham, jamás."

Por eso, Moisés, antes que sumirse en la prostitución de la esclavitud prefirió escapar al desierto. De príncipe a pastor asalariado. De accionista egipcio a jornalero en un país extraño. Es que la libertad no tiene precio.

José de San Martín dijo: "¡Seamos libres y lo demás no importa nada!", y también: "Cuando hay libertad, todo lo demás sobra", enfatizando que la emancipación y la soberanía eran el objetivo primordial, por encima de cualquier adversidad material, para poder construir un destino propio. ¿Acaso no grita en nuestro himno nacional ese mismo poderoso e indomable espíritu de libertad?

Somos libres, seámoslo siempre,
y antes niegue sus luces el Sol,
que faltemos al voto solemne
que la Patria al Eterno elevó.

Moisés tenía menos de 80 años cuando llegó a los pies de la Gran Montaña junto con su rebaño de ovejas y cabras. Me gusta imaginar que tenía 77, porque los números hebreos se escriben con letras y para escribir este número se usan dos letras: Ayin (ע) y Zayin (ז) y con estas letras se forma la palabra ez (עֵז) y az (עַז), la primera significa 'pelo de cabra' y la segunda 'fuerte'. Fue el fuego de la zarza, la misma fuerza del cielo, lo que transmutó a Moisés. El hombre vestido con pelo de cabra descubrió la fuerza que había buscado toda su vida, aquella fuerza de la que su madre siempre le había hablado. Esa fortaleza que solo da la unción, esa respuesta del cielo al hombre que busca.

Por la fe, Moisés... estimó como riqueza mayor que los tesoros de Egipto el oprobio de la unción, porque tenía los ojos puestos en la recompensa.

A los 77 años no tuvo miedo frente a aquel fuego extraño que ardía con fiereza sin quemar al árbol que lo sostenía. Una respuesta estaba llegando por fin, cuarenta años después de hacerse la pregunta.

El mensajero del Señor fue a donde estaba un hombre llamado Gedeón. El mensajero se sentó bajo el roble que estaba en Ofra. Ese árbol era de Joás, el papá de Gedeón, de la familia de Abiezer. Gedeón estaba limpiando el trigo a escondidas en el lugar donde se pisaba la uva para hacer el vino. Gedeón estaba ahí para poder esconder el trigo rápidamente de los madianitas. El mensajero del Señor se apareció ante Gedeón y le dijo:
—Que el Señor esté contigo, valiente guerrero.
Gedeón dijo:
—Perdón, señor, pero si el Señor está con nosotros, entonces ¿por qué nos está pasando esto? Sabemos que él hizo milagros en favor de nuestros antepasados. Ellos contaron que el Señor los sacó de Egipto, pero el Señor nos ha abandonado y ha permitido que los madianitas nos opriman.
El Señor miró a Gedeón y le dijo:
—Usa tu fuerza y libera al pueblo de Israel del poder de los madianitas ¡Yo te envío a que los salves!
Y Gedeón respondió:
—Perdón, señor, pero ¿cómo puedo salvar a Israel? Mi familia es la más débil de todas las familias de Manasés, y yo soy el más joven de todos.
El Señor le dijo:
—Pero yo estaré contigo. Podrás derrotar a los madianitas como si estuvieras peleando contra un solo hombre.
Respondió Gedeón:
—Si en realidad estás a mi favor, entonces muéstrame una señal para saber que en verdad tú eres quien ha hablado conmigo. Te ruego que me esperes aquí y que no te muevas hasta que yo regrese. Voy a traer mi ofrenda para ponerla frente a ti.
El Señor le respondió:
—Esperaré aquí hasta que regreses.
Entonces Gedeón entró a la casa y preparó un cordero en agua hirviendo. También preparó pan sin levadura con 20 kilos de harina. Luego, puso la carne en una canasta y echó el caldo en una olla. Gedeón sacó toda esa comida y se la presentó bajo el roble.
El mensajero del Señor le dijo:
—Pon la carne y el pan sin levadura encima de esa roca y derrama el caldo.
Gedeón hizo lo que se le ordenó.
El mensajero del Señor tenía un bastón y tocó la carne y el pan con su punta. Enseguida salió fuego de la roca, la carne y el pan se quemaron por completo y el mensajero del Señor desapareció.
Entonces Gedeón entendió que había estado hablando con el mensajero del Señor y gritó muy fuerte:
—¡Señor Supremo! ¡He visto al mensajero del Señor cara a cara!
Y el Señor le dijo:
—Cálmate, no tengas miedo, no vas a morir.

La libertad tiene un precio muy alto, pero su recompensa supera todo precio y sacrificio. Una nación estaba surgiendo de las llamas de fuego. Un llamado llegaba. Una vocación se hacía de carne y hueso. Un destino perdido se recuperaba. Todavía había un mar que cruzar, una montaña que subir, mil adversidades que superar. Pero ya nada impediría ver lo que estaba viendo y palpando:

Por la fe, que es confianza y lealtad a las promesas y pactos, salió de Egipto sin temer la ira del rey, porque se mantuvo firme como viendo al Invisible.