El juicio de cada día

Lo dijo en tono de burla. Un silencio incómodo sumió a todos en un juego de miradas esquivas que nadie sabía cómo terminar. Fue Paula, la pequeña Paula, quien supo que era el momento de actuar y sin pensarlo más se puso a chillar, con todas las fuerzas que sus pequeños ojos y pulmones le permitían. ¿Qué había dicho para crear esa situación? Trató de recordar. Ah, sí, había dicho “esto es un cementerio de palabras”. Claro, el problema era que estaban en un cementerio y justo frente a la tumba del abuelo de Paula, un conocido líder religioso, famoso por sus largos y hermosos sermones.
El día es para el hombre, la noche es del dios. Es durante la noche que se escribe nuestro juicio, nuestro largo juicio. Cada célula de nuestro cuerpo entrega su informe forense y entonces, el sabio ser del universo ejecuta su escrutinio, usando esa inteligencia fabulosa que le permite domar a las bestias del cosmos, esos leviatanes y behemotes colosales forjados de estrellas y constelaciones. No se equivoque tu razón: todo lo que se siembra se cosecha. Cada acto diurno se registra escrupulosamente y por la noche se juzga. Según el veredicto, que emite la primera instancia celular, se procede al registro de la sentencia. Si haces el bien, cada parte de tu cuerpo vuelve a ser escrita tal como fue engendrada. Si haces el mal, el daño se registra en la parte del cuerpo que corresponda. Nadie sufre una condena final de un día para otro. El mal se incorpora en nuestros cuerpos, noche tras noche.
De manera que, cada día es una oportunidad de hacer el bien que nuestros cuerpos necesitan, una ocasión para rectificar, corregir, recuperar el destino de nuestro reino corporal. Por eso, atento debes estar al dolor que te avisa de un camino errado. Non plus ultra. Hay límites que uno debe aprender a no cruzar. Es cierto, hay momentos para ir más allá de los límites, pero esos momentos son extraordinarios, no son los comunes de cada día. Mucha sabiduría necesitas para romper un límite que aumente el bien.
Y si ya caíste en una enfermedad, si tus células ya registraron el mal en sí mismas al punto que puedes sentirlo, no te arrepientas. No seas cobarde e insensato. Porque el arrepentimiento, según los entendidos es “sentir pesar por haber hecho o haber dejado de hacer algo”. No, no te arrepientas. Sentir pesar, a estas alturas, no sirve de nada. Necesitas volver, retornar, regresar al camino del bien de inmediato. No te arrepientas, cojudo, ¡sal de ahí de inmediato! Salva tu vida como quien escapa de un incendio. Vuelve a las sendas antiguas.
¿Y los que andan de noche? Me preguntas. Esos ya perdieron toda cordura. Juegan con fuego, o los hacen jugar con fuego. Si lo haces, deja de hacerlo lo antes posible. Si haces que otro lo haga, cometes una maldad que caerá sobre tus hijos.
Por último, hermanos, piensen en todo lo verdadero, en todo lo que es digno de respeto, en todo lo recto, en todo lo puro, en todo lo agradable, en todo lo que tiene buena fama. Piensen en toda clase de virtudes, en todo lo que merece alabanza.
No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo al Padre en súplica; pídanle, y denle gracias también.
Así el Padre les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz completa cuidará su mente y sus pensamientos por medio de la unción liberadora.