Estados Interiores

Es común olvidar que Jacob es Israel. Es común pensar que Israel es una nación. Es común que el mundo ande de cabeza.
El reino de los cielos no está allá, en las nubes, ni más allá del sol, porque un reino no es un territorio, sino una dimensión gobernada por una voluntad o ley.
De manera que un reino depende de la obediencia o sumisión a la voluntad o ley. Y en el mundo de los hombres, esta obediencia surge como acto voluntario del individuo. Cada individuo es un reino literal. Por eso solemos decir que cada persona es un mundo.
La única manera de lograr que una persona se libere es permitiéndiole crecer, sumar, agregar, añadir. La primera "tiranía" que enfrenta una persona es la de la madre. Toda "tiranía" es siempre, en su principio, un paraíso. El feto vive en el paraíso hasta que su propio crecimiento lo pone en una cárcel. Llega entonces el momento del éxodo.
Cuando superas las limitaciones por tu propio desarrollo, el éxodo es apoteósico, la salida es un desfile que exhibe todo tu poderío, un desfile un tanto accidentado y ensangrentado, pero brillante al fin. Pero el éxodo siempre te lleva a un desierto que te hará llorar y extrañar el viejo paraíso-cárcel, a menos que vislumbres en tu interior un orden superior, un mundo mejor que surge de la confianza en aquello que te ha permitido ser.
En el desierto nos salva la capacidad de recordar todo lo que ha sucedido a nuestro favor, una y otra y otra vez, para permitirnos llegar a este presente. Y ese mismo esfuerzo nos permite descubrir dos cosas:
- La ley que hilvana cada uno de esos sucesos a nuestro favor.
- La forma en que el desierto se convierte en poderoso recurso al aislarnos de toda influencia externa.
Solo quienes logran percibir estas dos cosas pueden percibir la tercera. Entendiendo la Ley del Bien, gracias a la capacidad de concentración y enfoque que nos brinda el desierto, podemos ahora vislumbrar "un" futuro posible si unimos todas las voluntades individuales:
- El pacto surge ante la visión de ese futuro posible, como único camino para lograrlo.
El desierto durará lo que tome lograr esa unidad. El desierto durará lo que tome deshacerse de la desunión que destruye y extermina.
Cuando el pacto es la fuerza que cohesiona las relaciones, el nuevo ser sale del desierto y llega a su nuevo paraíso. No es el suelo, sino el pie.
Ahora, toca la nueva fase de crecer. Josué es liberación y victoria en todos los frentes, sin embargo, el crecimiento pone a prueba el pacto, reclama detalles no previstos, nuevos retos.
Cuando Abraham y Sara establecieron su pacto, nació Isaac. Isaac es Israel. Cuando Israel tenía la talla de un individuo, solo podía ser un arameo, un hebreo, un migrante, un buscador de condiciones favorables. Pero tenían un rumbo, porque estaban alineados con su historia. Sabían que tenían que volver al lugar donde el curso se había desviado para recomenzar el camino.
Tierra de Canaan. Una tierra maldita. Recordemos los días de Noé.
Abraham regresa para restaurar el pacto que su abuelo Noé había firmado. Había que deshacer la maldición. Para eso vuelve.
Egipto.
Si todo parece confuso, es tiempo de detenerse por completo. Cesar. Parar. Sentir lo esencial.
Sabat.
No es el suelo, sino el pie. Como dicen los textos antiguos:
Maldito el guerrero que confía en lo que tiene, que se apoya en su cuerpo y aparta su razón del Ser que Será. Será como un arbusto en el desierto del sur, no verá cuando venga el bien, sino que vivirá en los pedregales desolados, una tierra salitrosa inhabitable.
Bendito el guerrero que confía en el Ser que Será y vive de esa confianza. Será como un árbol plantado cerca del agua y que extiende sus raíces siguiendo la corriente. No temerá cuando venga el calor y su follaje será frondoso. En el año de la sequía no se afligirá ni dejará de dar fruto.