La grandeza de la subordinación

"U ej nore ipâtü tar u cubêtï mïráje"
Y la joven tenía hermosas cualidades y era bien parecida
Hoy, en el mundo judío, se celebra la fiesta de Purim. El acto principal de esta festividad es la lectura del libro bíblico de Ester, que se realiza dos veces: una con la cena, después de ayunar desde el amanecer hasta el anochecer, y otra a la mañana siguiente.
La historia que se narra en este libro tiene como protagonista a una mujer muy especial. Una joven descrita como de hermosas cualidades y bella. Todo hace suponer que su vida discurre feliz en la capital del imperio, pero la realidad es otra.
Desde la perspectiva de esta joven mujer, su vida ha sido un constante sobresalto y estar siempre en riesgo, mirando de cerca a la muerte. Una existencia al borde del abismo, rodeada de enemigos y en la necesidad de replantearse nuevas relaciones continuamente, porque Ester es hija de la guerra.
La guerra la arrancó de la presencia de sus padres, la hizo huérfana, la obligó a aferrarse de la mano de su primo, como quien se aferra a la única tabla que flota en el océano, la llevó a una tierra lejana y la convirtió en extranjera. Allí creció entre gente hostil y tuvo la desdicha de ser bella. Codiciada por propios y extraños, aprendió, por lo que padeció, la obediencia. Pero, en medio de toda su pena, la presencia de su primo-padre le daba consuelo y le permitió subsistir con alegría. Sin embargo, cada vez era más difícil ocultarse de la mirada de los demás y esconder su belleza. Encima, su padre, conocido en la capital por su sabiduría y habilidad para los negocios, le prestaba una notoriedad indirecta. Aunque esa reputación la había protegido hasta entonces, le quedaba claro que le serviría de poco si un poderoso del reino se llegaba a encaprichar por ella. Ambos, padre e hija lo sabían sin decirlo.
Un día, a la hora del almuerzo, apareció su padre con el rostro serio. El temido edicto del rey, convocando a las jóvenes vírgenes de buena presencia para concursar por el puesto vacante para reina, había sido publicado. Solo había dos opciones: esconderse o participar. Los cautivos no tenían muchas opciones. Discutieron el asunto toda la tarde, hasta llegada la noche. Así solían discutir siempre, como dos compañeros, cualquier tema que les interesara y eso le había permitido a Ester cultivar un nivel de educación muy elevado, que se hacía evidente en sus conversaciones y conducta. Finalmente, escogiendo el mal menor, decidieron que participaría. Elevaron sus plegarias al cielo y comenzaron a preparar su ajuar.
Al lado de su padre ella había aprendido algo muy importante: que la grandeza exige subordinación. Sabía que el legado de sus ancestros, en el que había sido criada con esmero, la llevaba inexorablemente hacia la grandeza, porque la sabiduría para servir, desarrollada a lo largo de tantas generaciones, sin importar las condiciones, los dirigía hacia la prosperidad, y eso era una luz que no se podía ocultar. Por eso decidieron que participar era la decisión correcta. Pero, también decidieron no mencionar nada respecto a su origen. En eso, Mardojai fue muy claro: "si lo revelas antes de tiempo, sólo producirás envidia", y le hizo una promesa: "vayas a donde vayas yo estaré junto a ti, no lo dudes nunca".
No fue fácil dejar su casa, no fue fácil desprenderse de los brazos de su padre en aquel abrazo de despedida, no fue fácil verle corriendo detrás del carruaje, ni fue fácil mirarle por última vez entre la multitud que se agolpaba a la entrada del palacio real. Pero sabía que no podía llorar y que pasara lo que pasara debía ofrecer una sonrisa sincera y enfocarse en cumplir todas las disposiciones y órdenes que le fueran dadas. Lo tenía claro, no iba para convertirse en reina, iba para cumplir una misión.
Desde que dio su primer paso, en el palacio, se ganó la buena voluntad de los encargados. Todos la amaron. Su camino fue la obediencia a los principios en los que fue criada. Dócil y firme para hacer el bien, no era ingenua y tuvo que aprender a ser muy astuta. Así logró llegar a su objetivo.
Mardojai había logrado colocar su mejor ficha en el tablero del reino. El resultado no dependía de él. La confianza estaba puesta en la bondad del cielo. De él era estar dedicado al servicio de su pueblo. Y de él aprendió Ester.