Navidad y la Fiesta de la Dedicación
Se celebró por entonces en Jerusalem la Fiesta de la Dedicación. Era invierno. Josué (Jesús) se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón.
La profanación del Templo de Jerusalem, por orden del rey seléucida Antíoco IV Epífanes —quien lo convirtió en un santuario pagano dedicado a Zeus, llegando a sacrificar cerdos en el altar—, provocó la famosa Revuelta de los Macabeos (167-160 a.C.) que terminó con la derrota de los griegos, el triunfo de los judíos, la reconsagración del Templo y la instauración de la Fiesta de Janucá.
Esta historia de triunfo de la luz sobre las tinieblas, en realidad fue un tanto diferente, en sus causas, en sus hechos y en sus consecuencias finales. Quizá por eso, los sabios judíos pusieron su atención en el "milagro" del aceite y no en la victoria militar, pues aquella gesta trajo consigo más turbulencia que paz.
El surgimiento del linaje de los Asmoneos —la dinastía de los Macabeos— marcó el inició de un periodo de constante pugna por el poder, que culminó en la nefasta alianza con los romanos. La vida social se vio marcada por la violenta confrontación entre saduceos, fariseos, zelotes, herodianos y esenios. La fastuosa reconstrucción del Templo por Herodes el Grande, un rey con las manos teñidas de sangre, fue una burla al mandato ético que impidió al piadoso rey David hacer lo mismo por las mismas razones.
Todos estos factores —y otros más— desembocaron final y trágicamente en la destrucción de Jerusalén y del Segundo Templo en el año 70 d.C. por las fuerzas romanas, a lo que le siguió —setenta años después— el aplastamiento de la revuelta de Bar Kojba —alrededor del 135 d.C.—. El saldo final fue la brutal matanza de miles de judíos, la devastación del territorio y el inicio de la más larga y penosa diáspora para los sobrevivientes y sus descendientes.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, llamaron su nombre Josué (Jesús), nombre que le fue puesto por el mensajero (ángel) antes que él fuese concebido en el vientre.
La Fiesta de Janucá (חֲנוּכָּה), Fiesta de la Dedicación, o Fiesta de las Luces, es una celebración que dura ocho días. Tanto la idea de "dedicar" como la duración de ocho días crea una poderosa conexión entre esta fiesta y la circuncisión. Según la Ley, todo niño varón debía ser circuncidado al octavo día de su nacimiento. Y era la práctica que en el octavo día se pusiera nombre al recién nacido. Ese nombre, por su propio significado, lo consagraba o dedicaba a una misión.
Tan importante es este hecho, que incluso el cristianismo, por muchos siglos y pese a su oposición a la práctica de la circuncisión, ha celebrado cada 1° de enero la "Fiesta de la Circuncisión de nuestro Señor", ocho días después de su nacimiento, el 25 de diciembre. Es decir, que de algún modo, se conservó la celebración de Janucá entre los cristianos.
...y cuando los padres trajeron al niño Josué (Jesús) para hacer con él conforme a la costumbre de la ley, Simón le tomó en sus brazos y bendijo a la Autoridad (Dios) diciendo: —Ahora, Soberano Señor, despide a tu siervo en paz conforme a tu palabra, porque mis ojos han visto la liberación que has preparado en presencia de todos los pueblos: luz de revelación para las naciones y gloria para tu pueblo Israel.
No es difícil imaginar que en las complicadas circunstancias de aquellos tiempos —los del Segundo Templo— ver a un matrimonio joven, trayendo a su pequeño hijo al octavo día, para ser circuncidado, se convertía en un emotivo momento para los pocos fieles que asistían al Templo por sincera devoción, cuando lo común era que no los trajeran, o que lo hicieran en cualquier otro momento, mucho después, debido a la poderosa influencia extranjera que veía la circuncisión como una práctica grotesca y primitiva.
Debió ser ante esa ausencia de fidelidad que la presencia de José, María y su pequeño Josué (Jesús) brilló como luz en las tinieblas, pues no dejó duda alguna ante los ojos envejecidos de Simón y Ana que aquellos jóvenes padres sabrían conducir a su pequeño por el camino de la confianza y fidelidad al Padre, y que eso traería finalmente la verdadera liberación que tanto esperaban.
Bien diría luego el autor de la Carta a los Hebreos:
y aun siendo hijo, por los padecimientos aprendió la obediencia.
Solo la obediencia sincera e inteligente podría traer esa libertad que desata el talento y la vocación de servicio. Como dijo el Maestro:
«Si perseveran en lo que les enseño, serán mis fieles y verdaderos estudiantes, y entenderán la verdad en la fidelidad y la verdad en la fidelidad los libertará.»
Entonces se cumpliría lo dicho por el profeta Isaías:
El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz. A los que habitaban en la tierra de sombra de muerte, la luz les resplandeció.
Y más adelante:
“Poca cosa es que tú seas mi siervo para levantar a las familias de Israel y restaurar a sus sobrevivientes. Yo te pondré como luz para las naciones, a fin de que seas quien lleve mi liberación hasta el extremo de la tierra.”
Janucá es la Fiesta de las Luces y el Maestro les insiste a sus estudiantes:
Así alumbre su luz delante de los hijos de Adam, de modo que vean sus buenas y bellas obras y así piensen y honren a su Padre que está en los cielos.
La obediencia auténtica produce luz —permite ver, entender— a través de las acciones y sus resultados. Cada acto orientado por el amor al prójimo es una "obra de arte buena y bella" que se convierte en luz. Ese es el modo que el Maestro nos ha encomendado:
Entonces, mientras van por el camino, entrenen a todas las familia, sumergiéndolas en el significado de la paternidad, de la filiación, y de la relación con el espíritu consagrado. Instrúyanlas atendiendo cuidadosamente a todo lo que les he indicado, porque así estaré con ustedes todos los días hasta que se cumpla el tiempo.
Así es que yendo por el camino, entrenamos a las familias para que sean funcionales y productivas, capaces de comprender tanto las funciones paternas como las filiales, y también de dedicarse con devoción a ellas. Prestando atención a los detalles, entregados por completo a la búsqueda de lo superior y al servicio a los demás, desde la excelencia de nuestro talento plenamente desarrollado.
Cuando vemos la vida desde esta perspectiva, contemplamos la vida en su inmenso potencial, y la vida de cada recién nacido como una promesa de bien que debemos cuidar celosamente, con el más absoluto respeto y la mayor admiración. Entonces, vemos la necesidad de asistir a los padres comprometidos en guiarlos por el camino del bien, del amor a lo superior y el amor a quienes los rodean, para asegurar que se desarrolle ese nuevo libertador de talento, ese nuevo ungido del bien superior.
Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no estaba más.
Por todo esto, ante la pobreza de nuestra Navidad, aplastada por el alud de nuestros egoísmos, miedos y deseos, surge la esperanza de una nueva Navidad, inspirada en una nueva Janucá, que sirva para rededicarnos al camino del bien, del amor a lo superior y el amor a quienes nos rodean, con el anhelo profundo y sincero de que nuestros actos se vuelvan luz para nuestras propias familias y también para todos los demás.
Ocho días, desde el nacimiento hasta la circuncisión, para meditar en el nombre que llevamos y el nombre que merecemos. Ocho días para poner nuestra atención en nosotros y en nuestros niños. Ocho días para reflexionar sobre nuestro talento y el talento de nuestros seres amados. Ocho días para pensar e imaginar la mejor forma de ponernos al servicio de los demás, para bien, ahora y en las próximas generaciones.
¡Feliz Navidad! ¡Janucá Sameaj!