Pascua en Jerusalem

La ixúr sâbcë mï Yejúde u mïhäqüq mï bin râgli uf od ki íba Síle u lu iqetï omímë.
A punto de morir, Jacob llamó a sus hijos para anunciarles lo que les sucedería "al final de los días". Y de Judá dijo: "No se apartará el cayado de Judá ni el mandato de entre sus pies hasta que venga Siló y por él venga la obediencia de los pueblos". Mucho se ha comentado esta enigmática frase.
Lo cierto es que en esta visión del "final de los días", Jacob le anuncia a Judá el momento en que su servicio, la razón por la que fue creado, llegará a su final. Ese momento está determinado por la aparición de Siló. ¿Quién es Siló?
Antes de intentar una respuesta, consideremos el hecho de la temporalidad de Judá. Suena extraño pensar aquí en una fecha de vencimiento, mucho más cuando estamos acostumbrados a pensar en los judíos como un pueblo eterno. Sin embargo, es eso lo que está diciendo Jacob mismo. En este último mensaje les explica a cada uno de sus hijos el rol que van a desempeñar frente a la historia. Y es este mensaje el que va a establecer dos roles protagónicos: el de Judá y el de José.
José es el hijo de Raquel y el que recibe el mayor reconocimiento y la mayor responsabilidad. Judá es el hijo de Lea y el que recibe el mando inmediato de las doce casas que componen la familia de Jacob. Es en este contexto que Jacob habla del rol de Judá como guía y juez de Israel hasta que llegue "Siló".
Cuando Adam es instituido, antes de lo cual era solo un homínido, se le encomienda una misión, registrada en la conocida frase "fructificad, multiplicaos, llenad la tierra...". Cuando Adam es destituido y echado del Jardín de Edén, la historia humana gira hacia lo que tradicionalmente se ha llamado la "redención de la humanidad", es decir, el rescate, la salvación, o mejor, la recuperación del hombre. No es casualidad que el apóstol Pablo le escribiera a los Corintios:
Así también está escrito: el primer hombre Adán llegó a ser un alma viviente; y el postrer Adán, espíritu vivificante. Pero lo espiritual no es primero, sino lo natural; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre es celestial. Como es el terrenal, así son también los terrenales; y como es el celestial, así son también los celestiales. Y así como hemos llevado la imagen del terrenal, llevaremos también la imagen del celestial.
Pablo está diciendo que Jesús es un segundo Adam, es decir, una recuperación del primero y aún más, una versión superior. Eso significa un Adam capaz de cumplir con el mandato original de fructificar, multiplicar, llenar la tierra... Esta versión superior de ser humano se inicia con Set, sobrevive con Noé y se desarrolla con Abraham, para luego profundizarse con Moisés y expandirse con Elías y su escuela de profetas. Jesús, en el monte de la transfiguración, da testimonio de este hecho. Todo lo que hace lo hace sobre la base de sus antecesores en el camino. Así se lo explica a sus estudiantes, después de la Pascua sangrienta, camino a Emaús:
Y comenzando desde Moisés y todos los Profetas, les interpretaba en todas las Escrituras lo que decían de él.
Literalmente lo dice: Moisés (la Ley) y todos los Profetas (Elías y sus estudiantes en varias generaciones). Este trabajo intergeneracional es el que le permitió a Jesús su magistral desempeño. Un desempeño al alcance del israelita común, siempre y cuando lo quisiera. Jesús está diciendo que por fin es posible volver ("arrepentimiento") al programa inicial para cumplir la misión encargada al primer Adam, y eso es lo que hacen sus estudiantes. Eso significaba, fundamentalmente, un cambio en la economía, porque "donde está tu tesoro, ahí está tu corazón". De una economía terrestre, local, cortoplacista, cerrada, nacionalista, a una economía celeste, general, de largo plazo, abierta, humana, mirando hacia el futuro y al universo.
¿Quién es Siló? Para responder a esta pregunta, ahora nos plantearemos otra de igual importancia: ¿cuál es el papel de Jerusalem? Jerusalem es el lugar del segundo santuario de Israel. El primero fue Siló, en los territorios asignados a la tribu de Efraím, primogénito de José y primogénito por adopción de Jacob. Durante 400 años, los hebreos tuvieron a Siló como santuario y capital, hasta su caída en manos de los filisteos en los días de Elí, kohen gadol (gran representante) y sofet (juez y jefe militar). A la caída de Siló, asciende Samuel como sofet, vencen a los filisteos y se instaura la monarquía. Luego del fracaso con Saúl, primer rey de Israel, asciende David y establece su casa en Jerusalem, en el territorio de la tribu de Judá, en el límite con los territorios de la tribu de Benjamín. Desde entonces, Jerusalem se convierte en la capital de Israel.
Desde esta perspectiva histórica, Siló es la alusión al rol de la tribu de Efraim. Esta identidad queda subrayada con la frase "la obediencia de los pueblos". A Jacob se le anuncia:
De ti procederán una nación y un conjunto de naciones; reyes saldrán de tus lomos.
Esa nación solitaria es Judá. Y el conjunto de naciones Efraím. Siló es, entonces, el santuario al que acuden las naciones. Hasta que se instaure ese santuario, seguiremos en la era de Jerusalem y su poderosa influencia. Pero, no hay que olvidar que esto es parte de una estrategia para volver al camino. Así como Jerusalem es una fase que llega a su fin con la instauración de Siló, del mismo modo sucederá con Siló en su momento. Como bien le explica San Pablo a los ciudadanos fieles de Corinto:
Después el fin, cuando él entregue el reino al Dios y Padre, cuando ya haya anulado todo principado, autoridad y poder. Porque es necesario que él reine hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies. El último enemigo que será destruido es la muerte. Porque ha sujetado todas las cosas debajo de sus pies. Pero cuando dice: “Todas las cosas están sujetas a él,” claramente está exceptuando a aquel que le sujetó todas las cosas. Pero cuando aquél le ponga en sujeción todas las cosas, entonces el Hijo mismo también será sujeto al que le sujetó todas las cosas, para que Dios sea el todo en todos.
En este texto extraordinario, el apóstol Pablo deja en claro que el mando del mismísimo Mesías es temporal, "entonces el Hijo mismo también será sujeto al que le sujetó todas las cosas, para que Dios sea el todo en todos." Fin del reino mesiánico.
La vida es movimiento permanente, una aventura sin fin. Los que aspiran a un destino final e inamovible no han entendido que la vida no se detiene jamás.
En estos días de Pascua en Jerusalem, celebremos y recibamos la oportunidad que nos han concedido de "pasar" por encima de nuestras aflicciones y estrecheces. Todo depende de la manera en que reaccionemos ante lo que nos ocurre. Roguemos que, cuando el matorral esté ardiendo sin consumirse, no salgamos huyendo, sino, por el contrario, con la lección aprendida, humildemente nos acerquemos, descalzos, al misterio. Todo nuestro esfuerzo cobrará sentido. Una aventura estará a punto de comenzar.