Siempre en Setiembre
Sabía lo que tenía que hacer, pero no sabía cómo hacerlo, es decir, para ser más preciso, sabía cuál era su objetivo, tenía idea de lo que había que hacer, pero no estaba seguro de tener los conceptos claros.
Uno puede actuar así, pero sin los conceptos claros no habrán acciones precisas, ni capacidad de replantear o corregir las operaciones al enfrentar los obstáculos del camino. Y esos obstáculos, en esas condiciones, son capaces de desviar las acciones y hacer perder el objetivo. Fin de la historia.
Así se sentía en ese momento, aletargado y desorientado, y ese estado le irritaba aún más. En tales condiciones, había descubierto una manera de superar la situación, él la llamaba "el atajo" y consistía en conducir su Volvo FH4 Globetrotter XL por las carreteras de Europa, en el simulador que había instalado en su laptop.
Mientras conducía, escuchaba un sinnúmero de podcasts de diversos temas, sin aparente relación entre ellos, o volvía a poner alguna serie coreana por enésima vez, una de esas con poca acción, medias románticas, graciosas, en las que se veían pintorescos pueblitos de pescadores o campesinos, que le hacían recordar algunos de los relatos apacibles del Studio Ghibli, o simplemente escuchaba a Zimmer.
Eso sí, sentía vergüenza de que lo pillaran en estas actividades tan "poco serias" y para evitarlo, tenía a la mano una página web o un documento que activaba cada que alguien se acercaba. No lo podía evitar. Como tampoco sentirse aliviado.
Esta vez, se sentía presionado por Setiembre, el mes de la primavera. Era una situación paradójica que se repetía cada año, un tiempo de emociones encontradas. Por un lado, la llegada de un nuevo ciclo, con nuevas oportunidades y la sensación de renovarse. Por otro, el final de un año que dejaba cosas sin culminar junto a la impresión de que no estaba suficientemente preparado para aprovechar al máximo las nuevas oportunidades. Adicionalmente, sabía que venía con varias generaciones de atraso.
El inicio de la primavera es el inicio de un nuevo ciclo anual solar. En otras palabras, es el año nuevo biológico.
Para este año, él esperaba estar mejor preparado para aprovecharlo. Sabía que tenía que prosperar. Lo rogaba cada día: "...libéranos ahora, ...prospéranos ahora." Y por eso mismo estaba tan frustrado, porque no lo había logrado, o eso sentía.
Moisés organizó el éxodo de tal manera que sucediera en primavera.
"Es el mejor momento para salir de algo." Cuando se lo dijo a Galia, aquella tarde de Julio, se sentía tan resuelto, con todo tan claro, como un Napoleón en la víspera de Austerlitz. Pero, ahora, estaba hecho un Rango en medio del desierto: totalmente perdido y deshidratado.
Es que, los conceptos, para funcionar, tienen que estar cargados de energía. Esa energía son las emociones. Las emociones tienen mucho poder. Son encantamientos. Moisés usó su vara para contrarrestar esas influencias y desatar las suyas. Los magos egipcios tenían dominados a los pueblos del Nilo. Pero la Magia Superior triunfó. Uno necesita esa magia para alcanzar la libertad. Y sin libertad es imposible la prosperidad, habrá acumulación pero no riqueza.
Sin embargo, Setiembre había llegado y él no estaba preparado, o al menos eso pensó.
A veces, los días pasan como vagones de un tren que no se detienen. "Debo detenerlos de algún modo y subir", se dijo, "o en todo caso, alcanzarlos sobre la marcha", añadió mientras conducía su poderoso remolcador por las calles de Marsella, llevando su cargamento de salmón, rumbo a Lieja, a unas 13 horas de allí, por la carretera que cruza Francia hasta llegar a Bélgica.
Normalmente, su técnica no fallaba. Una vez que lograba recuperar la calma, recuperaba el ritmo del tiempo, su ritmo circadiano. Cerraba su actividad diurna con la caída del sol, y encendía aquella humilde velita mientras recitaba ese poema antiguo: "¡Sea la luz, dijiste!, y fue la luz..." Todo volvía a tener color. Recuperaba la vida con todas sus emociones. Volvía la magia.
Pero era Setiembre y exigía algo más. Porque en la primavera uno sale de la madriguera, después de pasar el invierno. No es tiempo para relajarse. Es el momento de salir.
¿Salir? ¡A qué!
Uno sale de la madriguera porque tiene hambre, no para ver las flores. Y uno no aprecia las flores hasta después de saciar el hambre. Lo siento.
Antes de dormir, cada noche solía recitar el poema que en uno de sus versos dice: "¿Quién nos mostrará el bien? / Oh Ser que serás, / levanta sobre nosotros / la luz que nos permita ver / lo que estás por hacer."
Algo estaba por suceder y no lo sabía.
La primavera es, por excelencia, el mejor momento para liberarse de cualquier cosa que limite o impida nuestra libertad. Un 27 de agosto de 1819, a las puertas de la primavera, dos años después de cruzar los Andes, el general José de San Martín exclamó: "Si somos libres, todo nos sobra."
Pero algo sospechaba.
Solo aprecia la libertad quien toma conciencia de su esclavitud. En otras palabras, solo toma consciencia de su esclavitud quien es capaz de ver la inmensa riqueza que puede producir. La esclavitud es el estado natural de los hombres incapaces de ver su potencial. La libertad no es el estado natural, sino aquel cultivado por quien logra imaginarse a sí mismo en un estado superior.
Tengo que recapitular, pensó y pensó.
El Éxodo es salir con propósito. El pueblo dejaba Egipto para marchar a la tierra prometida a sus ancestros. Pero el Éxodo no es ingenuo, porque sabe que para llegar a aquella tierra de la promesa es necesario luchar contra las propias deficiencias, esforzarse por superar los propios límites, prepararse e instruirse para lo que se espera.
Algo comenzaba a brillar en su interior.
La Ley es esa instrucción fundamental que engendra pueblos libres, esa enseñanza básica, esa educación mínima, porque con ella cada ciudadano es preparado para asegurar y defender su libertad y prosperidad, en armonía con los demás. Así se gesta y sostiene el desarrollo de una nación.
Siguió pensando, emocionado.
En los reinos en los que impera la ley del más fuerte, la ley es sinónimo de coerción y abuso. En esos reinos no hay respeto por la ley ni por sus autoridades, solo hay miedo al castigo y codicia por el éxito individual. Tampoco hay aprecio por la libertad, sino por la acumulación y el acaparamiento. Así se convierten en espacios apropiados para el delito y luego el crimen. Son reinos que no perduran, pero que pueden dejar grandes cicatrices y traumas profundos.
Estaba sorprendido de lo que pensaba con tanta claridad.
La más grande gesta por la libertad no tendrá éxito a menos que realicemos la gesta, cada uno de nosotros, en nuestro propio interior: luchando contra la ignorancia, los prejuicios, la indiferencia, la irresponsabilidad. Porque cada uno de nosotros lleva dentro un pequeño Faraón y un pequeño Moisés y ganará aquel a quien nosotros decidamos respaldar. Fueron los pequeños faraones los que gritaban en el desierto: "¡Estábamos mejor en Egipto! ¡Volvamos ahora mismo!" Fueron los pequeños moiseses los que exclamaban: "¡La tierra es buena, subamos y tomémosla!".
Finalmente, una inmensa calma llegó, cuando entendió que la lucha por la libertad jamás termina. Por eso, la primavera vuelve cada año, como un tren puntual, para brindarnos la oportunidad de conquistar un nuevo nivel de libertad.
Setiembre había pasado. Octubre estaba terminando. Noviembre venía con todos sus días. Y en ese instante, pudo valorar su esfuerzo. Y entendió que lo más importante era eso: valorar su esfuerzo.
Eso le permitió valorar mejor el esfuerzo de los demás. Y eso, a su vez, le permitió colaborar mejor con ellos. Eso trajo un mejor ambiente, disipó una buena porción de estrés. Entonces, entendió los conceptos y los pudo sentir.
El amor al prójimo se convirtió en la saludable tarea de valorar a cada uno de los que le rodeaban con la mayor precisión. Esta precisión dependía de su capacidad de utilizar la experiencia para calibrar sus juicios.
Dejó de juzgar en base a prejuicios y comenzó a buscar evidencias. Su mundo monovalente —solo mi ego— o bivalente —yo contra el mundo o los buenos aquí y los malos allá— se enriqueció con una gama muy amplia de valores. Incluso descubrió equivalencias. Hasta tuvo ganas de estudiar nuevamente matemáticas. Surgieron opciones, donde antes solo veía una manera.
Su mente experimentó un cambio profundo. Su visión era más detallada. Su respiración más profunda. Ahora sentía una nueva emoción. No lo esperaba, pero podría jurar que sintió una primavera floreciendo en su interior.