Utopistas

La utopía es el combustible del progreso. Si no hay adónde ir, ¿para qué caminar?

Utopistas
Buscando la utopía - Jan Fabre

Dicen que soñar es gratis, pero olvidar que lo podemos hacer sale carísimo.
La historia de la humanidad está hecha de imposibles: volar, cruzar océanos, abolir imperios, conversar con alguien del otro lado del planeta, IA. Cada derecho y cada avance fue, primero, la locura de alguien que se negó a resignarse.

Cuando Engels quiso ridiculizar a los socialistas no autoritarios, los llamó utopistas. Fue su forma de desacreditar la idea de soñar un mundo radicalmente distinto, sin dictaduras ni jerarquías de hierro. Quiso enterrarlos llamándolos ilusos. Siguiendo la tradición Ácrata, hoy rescato ese insulto como bandera: le quito al socialismo utópico el socialismo y me quedo con la utopía. Porque sin utopía, ¿qué nos queda? Errar sin rumbo mientras nos consumimos.

La utopía no es un mapa fijo: es una brújula. Una tensión que incomoda al conformismo. Es el acto de negarse a aceptar que lo que existe es lo único posible, es Abraham escogiendo al cordero en Moria. Caminar hacia la utopía es recordarnos que siempre se puede mejor, que ningún poder debe quedarse quieto demasiado tiempo.

Por eso creo en la Rebelión Individual Permanente. Una insurrección silenciosa que cada persona libra contra la idolatría de la conciencia: no aceptar ideas sin pensamiento crítico, no permitir que otros piensen por nosotros, no delegar nuestra libertad. Eliseo Reclus decía que la revolución es la evolución consciente de sí misma. Y la tradición nos enseña que la Autoridad nos ordena, por encima de todo, ser libres: libres de reyes, de sacerdotes y de cualquier ídolo que pretenda gobernar nuestra mente.

La idolatría sucede cada vez que dejamos de pensar por cuenta propia. Cada vez que dejamos que alguien decida por nosotros. Cada vez que la negligencia se vuelve más cómoda que la conciencia despierta. La rebelión permanente es lo contrario: es mantener viva la autocrítica, es corregirse, es rehacerse. Una revolución individual permanente que se irradia, acto a acto, para sembrar lo bueno en lo común.

Ser utopista es un acto de resistencia. En un mundo que se resigna a someterse a ídolos, soñar es subversivo. Porque cada derecho que hoy disfrutamos fue, antes, la utopía de alguien que se negó a escuchar que era imposible.

Ser utopista no es estar loco, es estar vivo. Si no hay adónde ir, ¿para qué caminar?

La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar. — Eduardo Galeano